Orión y el Jardín del Laberinto. Parte I

El mundo está lleno de historias, danzan en el viento, mueven las hojas y susurran su vida a las almas ambulantes. Había una vez una historia incompleta, una historia perdida. Contaba la vida de una leyenda sin final, de un caballero que no sabía por donde caminar, una historia infeliz donde el amor verdadero no existía, eso es cosa de los cuentos.

Él se llamaba Orión, como la constelación, el cazador. Tenía todo lo que podía desear, pero deseaba más de lo que ya tenía. El quería aprender, conocer del mundo y de la vida pero desconocía que las respuestas ya las tenía.

Entre todos los jardínes de su castillo, había uno en especial, su lugar feliz, un lugar que venía del reino de la noche, solo visible por la luz de la luna llena. En él conversaba con las hadas, uno de sus secretos: si su padre lo supiese lo encerraría con el clérigo del reino, también imaginaba las historias prohibidas: Esas que sus profesores le prohibían porque "nada bueno dejaban", pero sobre todo se sentaba ahí a comer de los frutos extraños, jugando con mágia y conociendose a sí mismo.

Este jardín mágico era especial. Al ser el príncipe del reino es imposible conocer todos los jardines de los que se es dueño, pero ese día la luna estaba hermosa y él quería salir a dar una vuelta. Sentía que una voz lo llamaba, una voz dulce con olor a cerveza y canela, o tal vez a frutas, es posible que la voz simplemente oliese a cigarro. No lo sabía decir con seguridad pero sabía decir que era la voz que él quería para el resto de su vida.

Caminando por todo lo que el castillo abarcaba vio una pequeña luz roja flotando cerca del lago. Era una luz juguetona como la de los láser aún no inventados que tanto había imaginado en su habitación, solo que más grande y más hermosa de lo que podía describir y simplemente la siguió. No tuvo miedo, a pesar de ser algo nuevo, él mismo no era lo más normal de toda la corte real; a decir verdad todos lo tomaban por un loco desde el momento en que le dijo a su padre que no matara a ese dragón, que era un ser vivo y que él hablaría con el Dragón para que dejase el reino tranquilo, cosa que terminaría bien, claro, para quienes conocemos como funciona la vida, pero el Rey simplemente temía que su único hijo sufriera algún daño... Y por supuesto que el reino lo tomara por un cobarde, así que el Dragón no se escapó de su destino.

La pequeña luz avanzó rápidamente al ver que el pequeño príncipe, pequeño en experiencia puesto que ya era mayorcito, corría detrás suyo. Desesperada intentó escaparse de las manos del joven Orión, ya que si la capturaban podría ser exhibida como un nuevo espécimen y ella no era una criatura de circo, era simplemente una criatura como todos los demás lo somos.

Al pasar por tres de los jardines, la luz perdió de vista al joven Orión y se sentó en una flor para descansar de su carrera. Lo que la pequeña hada no sabía era que Orión ya había estado en esos tres jardines y conocía muy bien sus atajos, por lo que la capturó fácilmente y sin ningún esfuerzo.

Orión se sorprendió de ver al ser tan pequeño, aún así tan brillante, y le preguntó quien era, ella muy orgullosa y casi agresiva le contestó que era Baelly, el hada de la inocencia, la encargada de recordar que uno existe para vivir experiencias, y que estaba jugando y hablando con Febe justo cuando él apareció. Le contó que se les tenía prohibido salir a la vista de cualquier humano ya que eran egoístas y seres incrédulos, a parte de crueles.

Con cada palabra que daba, en su descripción de los humanos, se daba cuenta que Orión era un chico distinto. Él tenía esa curiosidad brillante, propia de los elfos, en los ojos; y siendo sinceros: ¿Quien más que un hijo de Febe habría podido escuchar la voz de la Diosa?

La pequeña, aún así brillante, Baelly le preguntó a Orión si le gustaría conocer a sus hermanas,estando de acuerdo lo llevó hasta el cuarto jardín, el que tenía el laberinto que tan fascinante le pareció a Orión, era la primer vez que lo veía en su vida. Paso a paso lo llevó a través de las esquinas, vueltas y arcos de los que estaba lleno el laberinto y mientras caminaban le contaba como reconocer las señales que indicaban el camino correcto.

Al llegar al centro del laberinto, que estaba rodeado de árboles con frutos que no conocía, se encontraba una fuente de donde brotaba el agua más clara que Orión había visto en su vida, casi se podía decir que de ella salía luz; un banco de piedra tan cómodo como si su relleno fuese de plumas y una estátua, un hombre con una espada agarrada por el mango y con la punta tocando la base de la obra de arte. El hombre tenía una mirada severa, pero un semblante cálido. Bajo ella había una leyenda que dictaba: "Los hombres son uno con la vida, pero se encargan de separarse a sí mismos. Quien descubra que solo por la sed de saber se llega a la ignorancia sabrá que las respuestas están dentro suyo y solo ahí puede encontrar la paz que la humanidad busca".

Este hombre, según le contaron luego, fue el primer rey del mundo, un mundo donde seres mágicos ayudaban a los hombres y los hombres protegían a los seres mágicos, sin máscaras, sin malas intenciones, sin dolor.

Mientras Orión leía, todas las hadas y elfos que se encontraban en el lugar comenzaron a salir de su escondite, puntos de colores y seres hermosos se acercaban cada vez mas al centro del lugar, un hada púrpura con alas de mariposa, se acercó más que los demás y le dijo a Orión que su nombre era Moira y era el hada de la sabiduría, ella era la encargada de hacerle recordar a todos los hijos de Febe de dónde venía su poder, así como su madre lo hizo con ella y sus hermanas, y en ese momento le tocaba a él recordar de dónde venía todo su poder.

Orión, con su curiosidad innata le preguntó: ¿Porque si los humanos eran tan terribles con los seres mágicos lo había elegido a él como hijo de Febe?. Moira con su paciencia característica le contestó que de vez en cuando, un niño o niña nacía entre los humanos para mantener el contacto entre seres, ya que era necesario para el aprendizaje mutuo y que él era uno de los elegidos para la batalla final.

La noche transcurrió entre preguntas y respuestas de parte de Moira: El hada verde era Gi, el hada encargada de la naturaleza y de la vida en ella, otro de sus nombres era Tierra, ella enseñaba como bailar el ritmo de la vida y como las cosas siempre tienen una razón de ser. El elfo grande y sonriente era Maekub, era un elfo que le ayudaba a Moira en sus clases a los seres vivos, aportaba grandes cosas a las enseñanzas y era el más fiel de los Elfos, sabía todo el futuro y lo brindaba con prudencia, sabía que decir y que no y era un orgulloso hijo de Febe. Otro elfo, el que estaba a su lado se llamaba Oddien, este elfo era el encargado del trabajo duro, enseñaba a trabajar por las cosas y que nada viene a cambio de nada, todo tiene un precio que hay que pagar tarde o temprano. Y así, poco a poco fue enseñándole y presentándole a su familia mágica.

Al salir la primer luz de la mañana Orión se retiró a su cuarto, al siguiente día tenía clases de Alquimia, demasiado aburridas para su gusto. Sin embargo transcurrieron tres meses luego de esa luna llena, en los que Orión iba sin falta cada día de luz de Febe, al lugar acordado a conversar con las hadas, uno de sus secretos; a imaginar las historias prohibidas y sobre todo se sentaba ahí a comer de los frutos extraños, jugando con magiay conociéndose a sí mismo. Sin fin, por ahora, sin amor verdadero, con solo ilusiones, hasta el día de la gran batalla, el día de su coronación.



4 comentarios:

  1. Moira no podia encontrar mejor hijo de febe para presentar ante el mundo magico!! El aprendizaje es mutuo desde el inicio de los tiempos, querido duende :)

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    1. Gracias pequeña gran hadita que encontré en mi camino mientras hablaba con la Diosa!

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    1. Gracias Naoko!! Me halaga que te haya hechizado la magia de las hadas :)

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