El hombre de las máscaras

El teatro está vacío y oscuro, en el escenario está él, un hombre fascinante cuyo acto hipnotiza y lo ennoblece. La luz se enciende. Lo reciben los fantasmas fríos, los fantasmas que no están viendo, como siempre, y comienza su acto. Miles de máscaras dentro de un maletín, miles de personajes viven dentro de él.

Portando las máscaras le muestra al teatro estos seres, uno feliz, otro sorprendido, el que le sigue está triste y luego uno serio. El hombre de las máscaras sabe cual usar en cada momento y de memoria dice los diálogos de cada personaje.

Rápidamente cambia de máscara, lentamente se pierde a sí mismo. Mientras las luces están sobre él, se las pone y se las quita. Su preferida es la Feliz, porque muchos dependen de esa.

¿De donde vienen tantas? Supongo que te preguntas. Las de madera las encontró mientras vagaba por el parque, las de piedra y más pesadas se las dio la gente misma porque eran lo que ellos ocupaban ver en otra persona, son las más pesadas de llevar y las más difíciles de quitar. Pero las más importantes son las que él mismo creó para protegerse del mundo, esas son de oro.
Hace una reverencia y lleva la cara de sorpresa, a las personas les gusta sentirse escuchadas; gira y gira y ahora muestra otra máscara, la triste, es con la que más se identifica. Se entretiene en sus memorias y le da gusto que nadie vea tan profundo en él como él mismo ve. Sigue actuando.

Con el tiempo las luces se apagan, el teatro es cruel, el tiempo se acaba, su acto terminó. Camina a su camerino pensando que nunca ha vivido la vida que era para él, sino la vida que otros vivían; camina portando una máscara que nunca había usado: Su verdadero rostro.

Al llegar toma en sus manos una navaja y se corta las venas. Su público ya se marchó. Mientras la sangre corre por el piso de madera barnizada cambia de máscara nuevamente, ahora es "feliz". Su vida también se apagó.

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